A pesar de ser las nueve de la mañana, bueno, nueve y media y que hoy esté en casa con mis padres que ven a los nietos de vez en cuando (para que nos entendamos, hoy era un día de "a ver si hay suerte y amanecemos a las 11) pero el zafarrancho de combate que se forma en esta casa sigue siendo el mismo de toda la vida y aquí raro es el día que uno pueda estar despierto a esas horas.
Toca levantarse pues. Y todo lo malo del madrugón se le quita a uno cundo aparecen corriendo los enanos gritando ¡Felicidades papíííííííí! y deseando que abra la maleta para poder sacar los regalos que hicieron para este día. Abrimos los regalos (lo flipo un poco con las ideas de las profesoras de ellos), compito a brazo partido con la Patrulla Canina por podernos hacer una fotos los tres juntos, tras un par de ellas decentes y la amenaza de no volver a celebrar nunca más este día, regreso a por mi desayuno y mientras me tomo mi café me asaltan dos sentimientos; que siempre me olvido de traer café a casa de mis padres (lo que se toma aquí no tengo muy claro que deba llamarse café) y dos, que me siento raro, porque es la primera vez que paso este día sin aquella persona que me hizo padre la primera vez ¡y tuvo el valor de repetir de nuevo! Es extraño porque este día sin #laqueNosSoporta no es lo mismo, porque nunca he creído que sea mi día, sino el de los dos. Solo puedo decir, gracias, mil gracias por esta aventura.